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lunes, octubre 15, 2012

Freedom


La libertad es una mera ilusión (dejando de lado la cuestión de apreciación subjetiva muy parecida al concepto de felicidad). De hecho, me atrevería a decir que, en el fondo, no es más que un engaño al que nos sometemos constantemente.

Partiendo del concepto puro de “libertad” - que definiría en hacer lo que uno quiere, como quiere y cuando quiere- llego a la conclusión de que, una vez alcanzada, se volvería insignificante.

De buenas a primeras, uno puede identificar figuras en poder (padres, jefes, gobiernos) como los principales privadores de libertades en la vida. En general, y a través de las distintas etapas en la vida, vamos estableciendo los hitos de nuestras libertades: i) cuando me vaya a vivir solo, ii) cuando trabaje por mi cuenta, iii) cuando cambie el gobernante o me vaya a otro país. Pero no son más que marcas que nos habilitan al siguiente escalón de libertades a adquirir. Y, curiosamente, son libertades que se olvidan rápidamente a la luz de las nuevas privaciones que llegan de la mano de dichos “ascensos”.  Siempre va a haber un pero a nuestro antojo de mano de la sociedad. Siempre va a haber una privación como precio de una relación humana.

“Tu libertad termina donde empieza la de los demás” me decía mi vieja. Y es lo más cierto que me ha dicho en toda mi vida. Para que la libertad no tenga fin, uno tiene que prescindir de sus padres, parejas, amigos, conocidos, jefes, gobernantes y todo otro ser humano en la faz de la tierra.

Claro que todo ser humano PUEDE hacer lo que se le cante, cuando y como se le cante. El hecho es que, en la mayoría de los casos, elige no hacerlo para evitarse las consecuencias. Desde el extremo de ir a prisión por cometer lo que se considera un crimen, a perder una pareja o amistad por dar la imagen de egocéntricos y desconsiderados. Hay reglas que existen para evitar que una sociedad se destruya a sí misma, otras que están allí para asegurar cierto nivel de balance o justicia, otras impuestas por nuestros seres queridos para asegurar una relación sana, las impuestas por el trabajo para mantener el puesto, etc… En resumen, condiciones. Las privaciones de libertades son, en general, condiciones para mantener una relación o estatus (de lo que fuere) con otra persona. (y las que no caen en esta categoría son crímenes a atacar por otro lado)
Cada persona que nos rodea condiciona algunos de nuestros impulsos, de forma explícita o implícita. Lo que me lleva a pensar que la única forma de alcanzar un estado de libertad absoluta es convirtiéndose en el último ser humano en pie sobre la tierra. Y de ahí que se vuelva insignificante una vez lograda. Pues nada vale demasiado cuando no se comparte. Y toda la idea de libertad se caería a pedazos frente a los interrogantes de propósito y futuro que surgirían de la soledad más insondable.

Por otro lado, existe un set distinto de privaciones. No aquellas que nos hacen privarnos a nosotros mismos de hacer lo que podemos pero no nos conviene. Sino aquellas donde se ha aniquilado la posibilidad. Aquellas donde no hay una consecuencia a pagar, sino una imposibilidad completa. Esas son las privaciones que más nos duelen, porque nos refriegan en la cara el concepto de ilusión. Muy en el fondo, el hecho de no poder hacer cierta cosa específica molesta menos que el hecho de no tener la elección de no hacerlo. Y supongo que de ahí se junta todo en un menjunje existencial de aspiraciones basadas en la idea de la opción y el control de nuestras pequeñas vidas en el inmenso cosmos. Cosa en la que no voy a entrar (por ahora) porque me deja balanceándome en el sofá durante las noches.

En resumen, me quedo pensando… Cada vez que se me da por arrebatar un grito de “Libertad!” de las entrañas, debería sentarme a plantear qué es, exactamente, lo que quiero que cambie, cómo y por qué. Y tratar de definir si realmente es una cuestión de libertades, antojos o de justicia. Porque una cosa es quejarte porque no podés fumar en cualquier lado a raíz de una ley y otra es quejarte porque no podés fumar en la casa de un conocido porque a su mujer no le gusta. Es la misma prohibición, pero se percibe distinto. O hasta se interpreta diferente. La primera, para muchos, es una limitación de la libertad. La segunda, es una pregunta personal a responder (“la próxima vez que me inviten a esta casa, ¿rechazo la invitación porque me importa más fumar?”).
 Así, la idea de tener “la libertad de…” ( fumar en cualquier lado, por ejemplo) es la ilusión de que nadie a tu alrededor se oponga a tu deseo. Mientras que privaciones más serias basadas en razas, credos o géneros, son – en realidad – cuestiones de justicia.

Con todo esto no apunto a que la idea de “libertad” debería ser modificada o eliminada. Somos movidos por millones de conceptos, ilusiones y abstractos subjetivos. Sólo digo que una buena manera de no sufrir tanto, a veces, es mirar todas las aristas de la cuestión y tratar a ciertas ilusiones como lo que son: escalones que nunca terminan y que pueden ponerse en pausa en pos de otras aspiraciones más concretas y productivas.

jueves, agosto 23, 2012

Homeless

Se siente extraño, por dentro, estar tan a gusto tan lejos del hogar. Suspira la traición en las entrañas mientras algo grita que debiera estar contando defectos y falencias. Que las hay, claro. Puedo encontrarlas. Pero mi sonrisa contrasta con el intento de otorgarles más peso del que - al momento - acarrean.

Atrás quedaron los miedos y angustias de una nada demasiado viva. Mi depresión es apenas un concepto difuso, una vaga memoria de lo que fuera (se siente) otra vida más ajena que mía.
Y me pregunto, qué tiene de malo abrazar una realidad que te hace bien, festejar el haber alcanzado la armonía tan codiciada. Es sólo natural, sano. Pero la culpa, o bien la decepción debiera decir, de lograrlo tan lejos de la cuna; tiene un peso gris, un sabor amargo. No opaca las sonrisas ni los bailecitos cutres que me mando cada vez que algo me complace, pero sí me hace sentir avergonzada cuando hablo con mi gente y algo dentro mío tiene ganas de arrancarlos y traerlos conmigo.
Es que quiero compartirles todo; lo nuevo, lo distinto, lo raro, lo bueno. Quiero que me vean el brillo en los ojos, que contemplen mis sonrisas honestas. Quiero compensarles todas las oscuridades que se bancaron.

Pero siempre me dicen, "no te pierdas", "no te olvides quien sos", anticipando que cambiaré de bandera. Y cómo contarles entonces, que siento que tengo una mejor vida ahora. Que amo mi vida ahora; me satisface, me sorprende, me contiene y me da esperanzas. Todo eso que había perdido hace tanto tiempo. Y aunque no tenga que ver con mi país, ni mi gente, ni cambie colores en el alma, es lo que algunos leen. A primera vista, el estereotipo pesa. Y es difícil decir que en el norte estoy mejor sin que crean que se ponen en juego las nacionalidades.

Se me hace muy artificial, a veces, la amabilidad excesiva - prácticamente calculada y ensayada desde la cuna. Pero la ausencia de abuso, grosería, prepotencia y falta de respeto, opacan cualquier sensación de superficialidad.
Me gusta que me traten bien, me gusta que me sonrían y me saluden. Me gusta que no me juzguen o bien, no darme cuenta si lo están haciendo. Me gusta que sean comunitarios sin ser entrometidos, permitiendo que mi introversión pueda subsistir en paz sin tener que hacerme una ermitaña. Me gusta el toque de programación inculcada. Sí, extraño la rebeldía, la expontaneidad y pasión un poco. Pero me relaja la organización de cada cosa; la limpieza y pulcritud de los parques, las calles, los espacios públicos, que eso habilita. Me gusta sentir que nadie me está mirando y darme cuenta que - para la mayoría - el hecho de poder hacer una macana no es motivación para llevarla a cabo.

Me siento cómoda, a gusto, en paz y armonía. Me siento feliz aún tan lejos de casa.
Cómo decirlo, gritarlo como desearía, sin que lean cosas entre líneas. Sin que piensen que he cambiado, que me he perdido, que he traicionado por apreciar algo distinto.

Sigo siendo la misma argentina obstinada, apasionada y luchadora de siempre... Pero sin navaja en la garganta, sin enojo ni desesperanza. Sin mentirme ni engañarme, tratando de admitir sin culpas que acá estoy mejor que en casa.

jueves, marzo 01, 2012

Godless

Hoy no me alcanza creer en dios porque me conviene o me gusta la idea. Hoy, más que nunca, necesito que dios realmente exista. No para pedirle ayuda en el mágico cumplimiento de algún deseo... No quiero pedirle trabajo, ni dinero, ni un príncipe azul, ni consuelo para un corazón roto, ni salud para los enfermos. Lo que quiero, lo que necesito, es el sosiego de que haya un responsable con poder para frenar la vileza exacerbada.
 
Primero pensé terrenalmente; si tan sólo se pudiera llamar a un árbitro internacional con poder suficiente para pisotear la corrupción e investigar y procesar correspondientemente a todos los villanos que, impunemente, sostienen los piolines del futuro de la gente que la pelea como puede. Un pensamiento que inmediatamente saltó a la conciencia de que todos los líderes usan la misma batuta para oprimir libertades y esperanzas. Un pensamiento que se me atragantó sabiendo que hasta las Naciones Unidas están compradas y embarradas en ambiciones frías y calculadas. Un pensamiento que me llevó a la única esperanza posible para un corazón desgastado: dios tiene que existir y tiene que hacer algo.

Hay tantas voces pequeñas que hoy gritan sin descanso, aunque se las vapulee y amordace, aunque se las censure y esclavice. Si tan sólo pudieran firmar una petición mundial invocando al orden, avalando que la regadera de libre albedrío se suspenda por un rato para poder extirpar la maleza más crecida y darnos la oportunidad de elegir de cero. Si tan sólo hubiera un dios que rompiera su silencio y distancia y bajara a disciplinar a su prole descarriada; a frenar la bola de ambiciones, poderes e injusticias que devoran oportunidades y vidas cada vez con más voracidad.

Sí, sé que la naturaleza humana volvería a repetir la historia. Pero, al menos, nos daría la chance de un respiro en este mar de atropellos. El mismo respiro que tiene un niño cuando su hermano mayor es puesto en penitencia. Con la esperanza de que el castigo instigue una lección. Porque, me pregunto, ¿seguiríamos siendo tan necios y obtusos (los humanos) de continuar repitiendo errores si hubiera un dios que bajara a dar palazos cuando se nos va la mano?

Y entonces, pienso en los dioses de la mitología o en el antiguo testamento cristiano… Y se me llenan los ojos de lágrimas. 

Los poderes que hoy se endiosan en sus abusos no se diferencian mucho de los antojadizos supremos de los mitos; porque hasta inmortalidad tienen con su larga fila de alimañas para continuar la línea en sus ausencias.

Hoy, más que nunca, necesito que exista un instinto de justicia y respeto en el alma humana. Un instinto que detenga la crueldad y la indiferencia antes de que pueda ser aplicada indiscriminadamente. Hoy necesito creerme la idea de que la naturaleza humana es inherentemente buena; que puede despertar una noche cualquiera con una epifanía onírica. Creer que nuestra cuna y destino no es la violencia, sino un llamado evolutivo a la convivencia balanceada.
Hoy, más que nunca, necesitaría que fuera cierto que tenemos un llamado noble en el fondo del alma.

sábado, febrero 25, 2012

Lejos

El cuerpo anhela y el alma viaja. Allí donde están las hojas que se alborotan con facilidad, bajo la apacible sombra del verde y la madera fresca; reposando eternidades abstractas en la tersa caricia de la hierba nueva.

Me remonto con ojos cerrados, poniendo toda mi energía en bloquear el entorno; en convertir el pensamiento en tacto, los sentidos en idea. Necesito aspirar la plenitud de la montaña que lleva la brisa fría y liviana, llenar mi olfato de agua, leña y brotes coníferos. Necesito relajar mis iris en un foco perenne sobre horizontes que nunca pierden encanto y siempre impulsan una sonrisa extensa. Necesito que mis oídos se arrebaten de profundos silencios que revelan en detalle el movimiento de las gotas de rocío.

Necesito sentarme, serena, en un atardecer cualquiera, meciendo mis manos distraídas sobre la tierra, respirando paz en ideas que bailan con el viento.

Necesito hacerme espacio lejos del bullicio, de la urgencia, del encierro; reencontrar mi verdad en la armonía de los elementos. Quiero bajar las armas y los miedos, cambiar la locura de mi canto amordazado por una voz viva que se imponga a la incertidumbre del consenso.

Quiero dejarte, mi Buenos Aires, para siempre y tener más vida que años cuando me pregunte el sentido de mis esfuerzos.

martes, julio 19, 2011

Indefinido (2)

La madera del suelo crujió bajo sus enérgicos pies. La luz del atardecer encapotado trazaba sombras taciturnas en el humilde recinto mientras el fuego agonizante de la chimenea se esforzaba empedernido en imperar a la oscuridad en un crepitante ruego de ser alimentado. Nárëluin se sentía fastidiada, detestaba tomar conciencia de la marginalidad que la había alejado de su cuna. Sus pisadas malhumoradas despertaron quejidos del gastado roble a la vez que toda la cabaña parecía estremecerse bajo su peso. Echó unos leños a las exiguas llamas con fiereza y comenzó a caminar apresurada de lado a lado, cambiando cosas de lugar con arrebato. Su rostro se enrojeció de indignación al encontrar la punta de un viejo tejido bajo unas mantas roídas. Sin pensarlo dos veces lo arrancó del aprisionamiento y caminó decidida a la chimenea para arrojarlo con acritud a las llamas. 
La danzante luz cálida alumbró su furia solo un momento para revelar, enseguida, una sombra en sus profundas pupilas. Su trigueño semblante esculpido se contorsionó y la pena ejerció peso sobre sus pobladas cejas. Sus manos recias se apoyaron sobre la piedra oscura y tosca del hogar buscando seguridad y su cabeza cayó entre sus hombros. No importaba cuánto se afanara en demostrar su superioridad combativa, siempre fracasaba ante el dolor.

Abrió lentamente sus ojos cansados y miró de reojo cómo el fuego consumía el tejido con voracidad. Lo había confeccionado con tanto amor y esperanza... Y ahora desvanecía de la existencia sin más, a merced de un poder implacable para el cual era sólo una partícula insignificante que ni siquiera aportaba a su combustión. Así se había sentido su amor ante la ilusión de ser mejor comprendida por otra raza. Su esencia anegada confiaba en encontrar resonancia lejos de los suyos y por eso se entregó sin restricciones a ese hombre tenaz de piel parda. Sus pensamientos reflejaron abrigo al principio, sus diálogos se enlazaban y entretejían tiernamente y Nárëluin creyó haber descubierto pertenencia. Pero el tiempo comenzó a revelar esas divergencias y quiebres que tanto había combatido mientras crecía entre su gente. Temerosa y angustiada se desvivió por reprimirlos y se esmeró en lograr aquello en lo que ya había fracasado una vez: convertirse en lo que no era.

Qué ingenuidad, se lamentó mientras se dejaba caer en el polvoriento suelo frente a la hoguera. Si no había podido ser una digna representante de su propia raza, qué la había hecho pensar que podía formar parte de otra. La niebla espesa de las lágrimas asomó a sus nobles ojos. Ladeó su cabeza hacia la derecha, como si ocultar su rostro de la luz de las llamas le permitiera no pensar en revelaciones dolorosas. Prefería pensar en la imprecisa inquietud que la atribulaba ante la incipiente tormenta, aunque también eso fuera vergonzoso para una mujer fuerte y valiente como ella. Se incorporó con esfuerzo y comenzó a repasar la impecable lista mental de preparativos necesarios. Su cuerpo se dirigió del depósito a la despensa, del zaguán al lavatorio y se detuvo a examinar minuciosamente los marcos de la puerta y ventanas. Efectivamente todo estaba en perfecto orden, pero seguía sintiendo que faltaba algo.

domingo, julio 17, 2011

Indefinido

Se acercaba la temporada de lluvias. Los cielos borrascosos teñían la tierra de nostalgias plateadas y añoranzas mustias. El viento norte alborotaba su cabello salvajemente mientras sus ojos se clavaban en las nubes plomizas que se estiraban perezosas sobre las colinas. Dos días, quizás tres, pensó, mientras analizaba las formas y los colores de la bóveda tapizada.

Había preparado todo según los conocimientos inmemoriales que le habían sido transmitidos desde su más tierna edad. Las puertas y ventanas de su precaria vivienda desmejorada tenían los aislantes correspondientes. Las canastas del depósito rebosaban de la leña necesaria para sobrevivir el frío húmedo de los días que se avecinaban. La alacena contenía todas las variedades de alimentos no perecederos y ricos en proteínas que la mantendrían provista hasta que los senderos volvieran a ser transitables.
Todo estaba dispuesto, pero ella no se convencía aún. Tenía la inquietante sensación de que estaba olvidando algo esencial, una cuestión primordial para sobrevivir las tormentas. Pero le era imposible precisar qué era aquello que le impedía enfrentar las arreciantes aguas de agosto con calma y seguridad como años anteriores. Seguía observando las nubes intensamente como si quisiera detenerlas con su mera voluntad. “Necesito más tiempo” se decía, aunque no supiera para qué.

La larga hierba seca y amarillenta comenzó a azotar sus suaves tobillos desnudos con el ímpetu del viento y su túnica gastada se ceñía ajustada a su cuerpo mientras llenaba el aire con el sonido de la alocada fricción de la tela serpenteante a sus espaldas. Ella no se inmutó con el repentino embate, su mente estaba mucho más allá de aquella realidad. Pensaba en el último invierno. Sólo había pasado un año desde entonces, pero ahora le parecía una vida entera. La temporada de lluvias en aquel momento no había sido más que un evento aislado, una simple ocasión para arrebujarse junto al fuego por días, abrigada en la calma y seguridad de unos brazos firmes. Un abrazo… Cuánto necesitaba de eso en este momento en que el temor pujaba por contaminar sus fibras íntimas. Pensó que la inquietud que la acosaba se relacionaba con su recién adquirida soledad, pero descartó la idea de inmediato. Ya había sobrevivido los aguaceros de la región por sus propios medios en otras épocas. Pero entonces era más joven, más inocente y no conocía los placeres y tormentos de la compañía permanente.

Sacudió su cabeza como queriendo adquirir claridad en la angustia y la confusión. Su larga cabellera se enredaba en su cuello tenso, lo golpeaba y acariciaba a la vez, lo liberaba y volvía a envolverse en sus venas dilatadas. Movió sus manos con delicadeza y determinación, restringiendo sus sedosas hebras oscuras en una cola de caballo que ciñó con una cinta de juncos trenzados y aceitados. De alguna manera sentía que el dominio ejercido sobre su cabello ejemplificaba la fuerza que le permitía controlar sus premoniciones oscuras.
Era una superviviente por naturaleza, su raza no conocía de debilidad o miedos, sus preocupaciones eran absurdas.

Erguida en la barranca simulaba un peñón recio con sus anchas espaldas y firmes pantorrillas, anclando sus pies a la tierra como las raíces de un imponente ombú. Cerró los ojos y trató de concentrarse en esa imagen imbatible. Era consciente de estas características típicas de su pueblo, que tan bien se habían reflejado en su cuerpo desde su nacimiento. Detalles inconfundibles que se habían declarado con tanta precisión en su carne; como vagamente la había rozado la forma de los pensamientos e ideas clásicas de su gente. Su corazón se retorció en el pecho y su soledad se hizo aún más insondable. Mordió sus labios con fuerza y respiró hondo a la vez que sus manos se cerraban con furia sobre los pliegues de su ondulante túnica. Se giró decidida, dando la espalda a los cielos plateados y se encaminó con firmeza a su aislada vivienda.

miércoles, julio 13, 2011

Salvation

Ayer mi pareja me comentaba el caso de un conocido suyo, que formaba parte de un movimiento que pujaba por defender la verdad tras las corrupciones de los gobernantes. La persona en cuestión había cambiado de parecer en un caso clave, de pronto y sin aviso, frente a sus 9 mil seguidores.  Ray se preguntaba, consternado, si habría sido amenazado por los poderes reinantes o si algo terrible le había pasado en las ocasiones que fue a prisión por el simple hecho de expresar su opinión libremente. Le respondí sin pensarlo siquiera, sin tener que meditarlo o procesarlo. Mi expresión salió casi como un resultado matemático: “sólo se dio por vencido; el alma no le da más y eligió creer en lo que le conviene – lo que necesita  creer – para poder seguir”.
Él solo me miró en silencio, quizás dándose cuenta de las implicancias de esa sentencia al mismo tiempo que yo.

Ray todavía quiere salvar al mundo, tiene esa fuerza inexplicable que tira y tira hacia una responsabilidad suprema. La fe de que se puede lograr un cambio, aún si se hace un alma a la vez. Sé cómo se siente, sé cuán fuerte es porque todavía puedo recordarlo. Puedo recordarlo, pero ya no puedo compartirlo. Me di por vencida hace ya mucho tiempo.

Lo veo pegado a youtube todos los días, indagando en las noticias del mundo entero. Le pido que encuentre otro hobby, porque ya no sé cómo sostener la frustración y decepción que se regeneran en su interior. Sé que gran parte de su casi adictiva búsqueda responde a la esperanza de encontrar algo bueno, positivo, inspirador. Más que una esperanza, en realidad, es una necesidad. El resto de su objetivo es su ansia de saber todo lo posible para poder comunicarlo, compartirlo, despertar a los que duermen. No necesito preguntarle, lo sé, porque yo también lo he vivido.

Lo único que nos diferencia es que él es más fuerte que yo, que él todavía puede soportar los golpes de una humanidad desagradecida y negligente, que él no pierde la esperanza de que la insistencia sea como el agua que horada la roca. Me gustaría poder acompañarlo en su noble misión, pero mi raciocinio ya no da lugar a la esperanza; no después de todo lo vivido y de todo lo que sigo enterándome día a día aunque quiera ignorarlo.
Yo elegí girar la cabeza, meterla bajo tierra y tratar de construirme una vida lo más digna posible en el aislamiento. La resignación era la única opción que ofrecía cierto sosiego a la ira y decepción, y la tomé, cuando ya no podía más; como el veneno que cura su propia ponzoña en el borde de los mundos. Pero evidentemente no fue más que un paliativo a corto plazo, resignarse no cierra los ojos, simplemente, los opaca un poco. Y hay cosas que ni la bruma oculta, cosas que siguen doliendo en la inacción.

¿Cómo se despierta a quien no quiere abandonar la beatitud de su limbo? Aún cuando uno pueda tolerar los zarpazos desesperados de quien prefiere no ver, no puede haber triunfo sin voluntad conjunta. Pero más importante aún (y quizás la pregunta clave que lleva  a la resignación), ¿qué derecho tiene uno de ir contra la voluntad del otro, aún cuando la causa sea noble? ¿Quién dice que la elección de luchar contra la esclavitud es más válida que la elección de abrazarla y defenderla? Ver la tristeza y decaimiento general puede ser motivo suficiente, pero no tiene sentido intentar salvar a quien no quiere ser salvado. No solo por una cuestión moral, sino – simplemente – porque no se puede. Al menos eso me dicta la experiencia, o más bien es prácticamente un axioma en mi lógica que no puedo combatir con esperanza.

Entonces me pregunto – mientras con Ray dejamos que el silencio envuelva nuestra diferencia de objetivos – si acaso la apatía reinante en mi alma haya nacido de esta elección a medias tintas. Si esta llamada depresión que combato con pastillas sea el crecimiento de una única desazón, una cuestión única pero lo suficientemente grande para ahogar un alma: haber llegado al punto de creer realmente que el mundo no tiene salvación, que la humanidad no tiene salida y que la única opción es soportar el naufragio de la mejor manera posible. Lo que no sería una mala forma de vivir tampoco… Si no fuera por el guerrero encadenado que aún llora dentro, esperando en la eterna oscuridad que las lágrimas horaden sus grilletes.